Ya podéis leer el primer capítulo de EL GUARDIÁN DE LAS FUENTES.


I

Una intensa luz roja y un fuerte estruendo invadieron el cielo de Barcelona. Jordi Gual y los invitados salieron al jardín para disfrutar del espectáculo de los fuegos artificiales. Era la señal que estaban esperando, llegaba un nuevo siglo. Era 1 de enero de 1900 y toda la ciudad salió a las calles para festejar tal acontecimiento.
En el palacete de la familia Gual, situado en la avenida Tibidabo que había proyectado el famoso Dr. Andreu, se reunió parte de la nobleza de la ciudad. Ese año Joan Gual, el patriarca de una de las familias más influyentes de la ciudad, decidió mostrar su fortuna, gran parte de ella lograda gracias a la estupenda fábrica textil que estaba situada en Sabadell. El empresario y su esposa Carmen dieron inicio al baile, al que se unieron sus dos hijos varones, Jordi y Luis. Carolina, la hija menor, observaba desde los barrotes de las escaleras que conducían a la planta superior, donde se ubicaban los dormitorios.
-  ¡Señorita, es hora de dormir! ¡Ya pasa casi media hora de la medianoche! – le dijo su nana con cara de preocupación, temiendo que si los señores se enteraban la despidieran.
La joven hacía sólo un mes que trabajaba para los Gual. Procedía del campo leridano y al fallecer su madre a causa de las fiebres que asolaron ese otoño las tierras de Lérida se había quedado sin familia a los diecisiete años. El cura del pequeño pueblo en el que vivía la recomendó para hacer las faenas del hogar en casa de los Gual. Coincidió con la marcha de la antigua niñera y la familia Gual pensó que, aunque Carolina ya tenía nueve años, no estaría mal mantener una cuidadora para la niña.
-  Anda Isabel… déjame un ratito más… ¡mira qué vestidos! - Le dijo la niña, mirándola con cara de ilusión al ver tanta elegancia y distinción.
De repente una voz se oyó tras Isabel, una voz bastante desagradable, chillona.
-  ¡Isabel!, ¿qué hace la niña despierta todavía?
-  Ahora mismo la iba a llevar a la cama Elena…
Elena era el ama de llaves, una mujer de unos cincuenta y cinco años, soltera y muy malhumorada, que trabajaba con los señores desde que se casaron. Fue la primera en servirles, lo cual le daba poder para hacer y deshacer dentro del servicio.
-  ¡Isabel! Sabes muy bien cuáles son las normas de esta casa, si no las respetas, me veré en la obligación de hablar con la señora y…
No pudo terminar la frase. Una voz femenina se oyó desde la escalera:
-  ¡Déjala Elena! Hoy es un día especial, no todos los años se cambia de siglo.
-  ¡Señora Carmen!, disculpe pero… - dijo Elena intentando excusarse.
Carmen no hizo caso de las palabras de Elena y, mirando a la niña, le dijo que se quedara un ratito más curioseando desde la barandilla. Después ordenó a Isabel que la acostara cuando empezara a estar cansada, sabiendo que no tardaría más de diez o quince minutos. Elena se fue malhumorada a su estancia. Le había sentado mal que Carmen la desacreditara ante la “nueva”.
En el baile, Jordi Gual, el primogénito de la familia, bailaba con una de las hijas de los Vidal. Los padres de la chica eran empresarios del sector del cava y Joan Gual, el padre de Jordi, quería que su heredero se casara con la hija mayor de los Vidal por puros intereses económicos. La chica era de buen ver, pero Jordi, de espíritu más bien rebelde, no estaba por la labor de comprometerse con Ana, que esa noche era su pareja de baile.
-  ¿Podemos salir fuera? - le pidió Ana sonriendo a Jordi.
-  Sí claro, vamos al jardín.
La noche era desapacible. Aunque la temperatura era casi primaveral, había estado nublado todo el día y hacía una humedad fría y desagradable. Eran ya la una de la madrugada. Desde el jardín del palacete, situado en pleno ascenso a la montaña de Collserola, se veía buena parte de la ciudad, pero esa madrugada una densa neblina sumía la ciudad en la bruma.
-  Ana…
-  Dime Jordi.
-  Tengo que decirte algo que a lo mejor no es lo que te gustaría escuchar.
Ana se puso seria, se imaginaba adónde quería llegar. Sabía que Jordi no estaba enamorado de ella, pero Ana lo quería con locura.
-  Ana, eres una buena chica, eres bella y joven, pero no estoy enamorado de ti.
-  ¿Me dices esto porque es cierto? o ¿es que no quieres comprometerte conmigo para llevarle la contraria a tu padre?
-  No te voy a negar que no estoy de acuerdo en que mi padre quiera obligarme a casarme contigo sólo por intereses económicos. Eres una chica muy guapa y muchos son los chicos que te pretenden, pero yo…
-  No digas nada más Jordi.
Ana entró en la casa, se despidió y se marchó con sus padres. Jordi se quedó mirando esa ciudad, bañada por un manto de niebla, esa ciudad que se ensanchaba y crecía a pasos agigantados.
A la mañana siguiente Jordi decidió salir a pasear. Le ordenó al jefe de caballerizas que le preparara su caballo.
-  ¿Dónde vas ahora hijo? – Le pregunto su madre al verlo marchar.
-  Voy a dar una vuelta por ahí, necesito pensar en algunos asuntos. A ver cómo ha amanecido este nuevo siglo.
-  ¿Es por Ana verdad? No estás enamorado de ella.
-  Mamá, ya lo hemos hablado muchas veces. No quiero que mi padre me diga con quien tengo que salir y con quien no, no quiero que me utilice para sus negocios. Voy a despejarme un poco, apenas he podido dormir pensando en el tema, no quiero discutir más con mi padre. Tranquila mamá, estaré aquí para la comida de año nuevo.
Carmen se quedó pensativa, con cara de preocupación. Al salir Jordi, Carolina apareció por detrás.
-  Mamá… Jordi tiene razón, en los tiempos que corren, ¿cómo se le puede obligar a algo tan gordo como casarse con una chica que no quiere?
Carmen se la quedó mirando con sorpresa
-  ¿Y tú cómo sabes tantas cosas? Con lo jovencita que eres.
-  Porque a lo mejor ya no soy tan pequeña…
-  ¡Cariño! La cosa es que tienes razón, pero cuando a tu padre se le mete algo en la cabeza, no hay quien se lo saque. Sólo espero que esto no termine con la familia peleada.
Carmen abrazó a Carolina, la apretó con fuerza contra su pecho y la besó en la frente.
Jordi estuvo un buen rato cabalgando por la ciudad, llegó casi sin darse cuenta al Paseo de Gracia. La niebla de la noche anterior ya se había disipado y lucía un sol primaveral. Las calles estaban vacías, resacosas de la noche anterior. Jordi cabalgaba pensativo y no reparó en que una chica cruzaba sin mirar la calle. El caballo se levantó sobre sus dos patas traseras y relinchó con fuerza. Jordi, que era un buen jinete, logró dominarlo. Descendió rápidamente y se dirigió hacia la muchacha para comprobar que se encontraba bien.
Era una chica joven, de unos veinte años, llevaba unos vestidos sencillos y una cesta con rosas. Tenía el pelo ondulado, enredado, muy largo, de color castaño. La muchacha se intentó levantar dolorida por la caída, Jordi se agachó para ayudarla.
-  ¿Está usted bien señorita?
-  Si… no es nada. - dijo ella con la voz temblorosa.
-  ¿Le duele algo?
-  No, no se preocupe, estoy bien.
-  ¿La llevo a algún lugar?
-  ¡No!, no por favor no se moleste… ¡oh! las rosas…
La chica comprobó que las rosas se habían caído al suelo y la mayoría se habían deshojado.
-  Ya no las puedo vender…
-  Tranquila, yo me las quedo todas.
La chica se sorprendió
-  No es necesario señor…
-  ¡Tranquila! Si las compro es porque las quiero, se las regalaré a mi madre y a mi hermanita…
En ese momento sus miradas se encontraron. Se miraron intensamente durante un buen rato.
-  Disculpe señorita, soy muy mal educado… no me he presentado, me llamo Jordi. Y usted ¿Cómo se llama?
-  Yo me llamo María.
-  Encantado pues María. Toma.- Jordi sacó un fajo de billetes y se los dio a la chica.
-  ¡Es demasiado señor!
-  No es demasiado… y no me llame señor, llámeme por mi nombre, Jordi.
En ese momento, el joven cogió una de las rosas que le había comprado y se la regaló. La muchacha se sonrojó
-  ¿Dónde vives? ¿Te llevo a casa? - le preguntó Jordi
-  ¡No por favor!
A María le daba reparo que un chico de buena posición social viera donde vivía.
-  ¿Nos podremos volver a ver? - Pregunto Jordi
-  No se… yo acostumbro a vender flores por las ramblas… ahora me tengo que ir, me esperan en casa…
-  ¡Claro María!, yo también me voy… bueno, lo siento por el susto…
-  No pasa nada ¡Ah! ¡Gracias por comprarme las flores!
Jordi le sonrió, subió a su caballo y se alejó Paseo de Gracia arriba. La muchacha bajó canturreando rambla abajo, con una sonrisa en el rostro. Se adentró en las callejuelas estrechas y oscuras del barrio del Rabal. Se detuvo frente a un portal, abrió la puerta y sintió un frío muy húmedo, como si se entrara en una cueva. Tuvo que adaptarse a la oscuridad para poder ver  la estrecha escalera en la que apenas cabía una persona. Se paró en el primer piso y abrió la puerta de su casa.
-  ¡Mamá! ¡Ya he llegado!!
La casa era muy pequeña, apenas abrir la puerta, ya se encontraba el comedor, a mano izquierda una pequeña puertecita comunicaba con la reducida cocina de carbón. También había una ventana que daba a la calle y a la derecha de la ventana, una habitación, oscura, con dos camas, donde dormían madre e hija. Las paredes, cuya pintura se había ido desprendiendo, mostraban los ladrillos del esqueleto del edificio.
María dejó su cesto en la mesa del comedor, se quitó el manto y lo colgó de una de las sillas. Se oyó una voz salir de la habitación:
-  Hola hija ¿Ya has llegado?
-  ¡Si Mamá! ¿Y a qué no sabes? ¡Un chico me ha comprado todas las rosas!
-  ¿Todas? Pero… ¿cómo fue?
-  Resulta que crucé el Paseo de Gracias sin mirar y en eso se cruzó un caballo que me tiró al suelo…
-  ¡María! ¡Hija! ¿Estás bien? – se sobresaltó la señora.
-  ¡Si mamá! No te preocupes, no me hice nada, simplemente caí, pero el chico se portó muy bien conmigo y al ver que las rosas se habían estropeado un poco me las compró todas. Me dijo que se las regalaría a su madre y a su hermana, pero una, me la reservó para mí ¡Mira!
María le enseñó la rosa a su madre con una cara radiante de felicidad.
-  ¡Si lo hubieras visto! ¡Era tan guapo!
-  ¡Hija! ¡No digas esas cosas! Era un joven aposentado, nosotros los pobres no podemos fijarnos en ellos, son de otro mundo.
María cambió la cara.
-  Hija entiéndelo, te digo esto para que no te hagas daño. Lo único que sacarías enamorándote de un rico es dolor. Su vida es muy distinta a la nuestra. Además ellos nunca se fijarían en pobres como nosotras. Y ahora anda, vamos a hacer la comida de año nuevo, a ver si este nuevo siglo nos trae más suerte que el anterior.
Entretanto, Jordi llegó galopando hasta su casa. Estaba contento.  No podía quitarse de la cabeza aquellos ojos grandes y verdes de la hermosa vendedora de flores.
-  ¡Hola! ¡Espero llegar a tiempo para comer el confit de año nuevo!
Carolina corrió hacia él y lo abrazó colgándose de su cuello.
-  ¡Feliz año nuevo hermanita! Toma estas flores son para ti y para mamá
-  Un poco deshojadas ¿no crees? – Respondió Luis, el hermano mediano.
-  ¡Luis! ¡Tú siempre tan simpático! – respondió la niña.
-  ¡Bueno! Ya está bien, no empecemos - dijo Joan
Esa era la tónica habitual de todos los días, a Luis le encantaba hacer enfadar a sus hermanos. Joan agarró a Jordi del brazo y le susurró al oído.
-  Jordi, tenemos que hablar… - dijo en tono serio.
-  Cuando quieras, pero preferiría dejarlo para mañana hoy es año nuevo y me gustaría festejarlo sin tener que pensar en negocios, y creo que a ti también te haría bien evadirte un tiempo de tus ocupaciones…
Joan Gual no contestó, se limitó a asentir con la cabeza. Elena apareció, anunciando que la mesa estaba servida. Los Gual se dispusieron a disfrutar de aquel festín de año nuevo en familia. Fue agradable ese primer día del siglo: comieron, rieron y contaron anécdotas, cosas que no solían hacer demasiado a menudo, e incluso se olvidaron de los negocios para disfrutar de su mutua compañía.
A la mañana siguiente, Joan salió temprano en uno de sus carruajes para hacer la ruta pertinente de cada dos de enero: pasarse por la fábrica textil para saludar y felicitar el nuevo año a todos sus trabajadores.
Entretanto, en la casa, Carmen enseñaba a coser a Carolina. Luis había salido hacia la universidad para seguir sus estudios de derecho y Jordi estaba encerrado en el despacho, que tenía en la mansión paterna. Era un despacho sobrio, con una gran mesa de madera, tallada con imposibles filigranas, una lámpara de luz eléctrica y un teléfono recién instalado. Sobre la mesa había una carpeta de piel y un tintero. Frente a él, un poco desplazada hacia su derecha, una mesita mucho más pequeña con una máquina de escribir. Era el sitio reservado para Enric Rovira, el secretario de Jordi. En la pared lateral se levantaban unos estantes repletos de libros y, al lado de la puerta, un cuadro con un paisaje del litoral barcelonés. Mientras revisaba la correspondencia que había llegado esa misma mañana, apareció Enric. Era un joven más o menos de la misma edad que Jordi, simpático, extrovertido, educado y caballeroso y siempre tenía una sonrisa en los labios.
-  ¡Buenos días jefe! ¡Feliz año nuevo! – dijo Enric dándole la mano a Jordi y soltando una leve carcajada.
-  Igualmente para ti Enric. Feliz año nuevo.
-  ¿Mucho trabajo jefe?
-  Normal. Unas cuantas facturas que firmar y poca cosa más.
-  Perfecto, ahora me pongo con la redacción de las cartas que me dejó el último día. ¡Ah! Le he traído el periódico jefe. Me he permitido el lujo de echarle un vistazo, espero que no le moleste… - Le dijo Enric con cara seria.
-  No, por favor como me va a molestar Enric.
Jordi abrió el diario y se encontró con un anuncio:
“Reyes de 1900. Entrada libre. Almacenes El Globo Rambla Canaletas, 13-15 y Pelayo, 62.”
Jordi estaba ausente, con una sonrisa embobada en la cara. Le vino a la mente esa muchacha que había encontrado el día anterior y recordó que le había dicho que vendía flores por las ramblas.
-  ¡Jefe! – soltó Enric mirando extrañado a Jordi. – Jefe ¿está usted bien?
Jordi no le oyó,  estaba absorto en sus pensamientos. Enric se levantó y anduvo hacia Jordi, encorvado, sin terminar de ponerse derecho. Se plantó ante él y le pasó la mano por la cara, moviéndola de arriba a abajo para que Jordi volviera a la tierra.
-  ¿Jefe?
Jordi reaccionó mirando a Enric
-  ¿Qué ocurre Enric?
-  ¡Eso le pregunto yo! Se ha quedado embobado.
-  Ah… no… no pasa nada… por cierto Enric, ¿tú me acompañarías a los almacenes el Globo? Pasado mañana abren una exposición de juguetes para Reyes, me gustaría comprar algún regalo para Carolina.
-  ¡Por supuesto! – contestó contento el joven secretario.
-  Perfecto, pues iremos antes de Reyes.
-  Por cierto jefe, ¿ha visto la noticia que sale en la segunda hoja? Se ve que ayer por la mañana encontraron un cadáver en la montaña de Montjuic.
Jordi abrió el periódico y leyó la noticia, decía “Un hombre de unos cuarenta años fue hallado muerto en la montaña de Montjuic, con un disparo en el tórax. No le faltaba ni la cartera ni ningún objeto personal, cosa que descarta el atraco como móvil del crimen. También se descarta el suicidio dada la trayectoria de la bala”. Jordi negó con la cabeza y se encogió de hombros.
-  Bueno Enric, esto es un caso para la policía. En los tiempos que corren…
-  ¿Cree que puede ser un ajuste de cuentas?
-  Si, es lo más probable. Además, con lo de la guerra de Cuba, la gente que vuelve viene  en muy mal estado y no solo físico, también mental.
Ambos se quedaron unos segundos pensativos.
-  ¡Jefe! He escuchado decir que dentro de unos meses llega otro barco con deportados de Cuba, se ve que la Cruz Roja quiere instalar un hospital de campaña en la Plaza de Cataluña para auxiliar a los soldados.
-  Si, algo he oído, será cuestión de estar atentos y cuando lleguen ayudarlos en lo que podamos.
Entretanto, en Tejidos Gual, Joan se reunió en su despacho con Jaime, gerente de la empresa por decisión del propio señor Gual. Jaime se encargaba del control total de la fábrica en su día a día, tenía la responsabilidad de llevar las cuentas y otros asuntos importantes. Cada semana se reunía con Joan para pasarle el informe de la situación de la empresa.
-  ¿Como está la situación por aquí?, - preguntó el señor Gual.
-  Preocupante Joan, no le quiero engañar. Últimamente estamos observando que se están formando grupos de trabajadores descontentos, y ya se sabe, con los tiempos que corren…
-  ¿Tienes miedo de que se revolucionen?
-  Ya ha podido ver en los periódicos que se están creando nuevos sindicatos y cada vez son más violentos, tenemos que ir con cuidado Joan. – le confesó Jaime con cierto aire de preocupación
-  Está bien, tu infórmame de cualquier problema que haya, a la mínima que detectes algo me avisas, tenemos que tener al trabajador contento, no nos podemos permitir una revuelta. 

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